miércoles, 13 de enero de 2016

LAS SIETE FACHADAS MINIATURAS DE TEPOTZOTLÁN



La presente leyenda me la contó mi gran amigo y hermano Jesús Noriega Covarrubias, a quien por cierto conozco desde que íbamos juntos al Evangelina Ozuna allá cuando contábamos ambos los tres añitos de edad. Con él he recorrido algunas partes de la sierra y recuerdo que cursábamos en la prepa 27 el día que nos colamos por los túneles del convento y la zona restringida de los molinos y hallamos huesos de monjes y vestigios prehispánicos, entre otras tantas aventuras. Va pues, un saludo desde aquí a mi querido amigo y a su entrañable familia (los mejores neveros del pueblo, por cierto). 

Pues bien, me dijo el Nori una mañana en que nos fuimos de pinta, que la fachada del convento es la más grande expresión plástica del barroco churrigueresco que, a saber, es el episodio más acabado de los barrocos y se dio en México, país que en muchos aspectos no  ha dejado sus barroquismo, sirva nuestra lengua (el mexicano) como simple muestra. Debemos recordar que entre muchas particularidades el barroco se distingue por ser un juego que busca en su lúdica (dice Baltasar Gracián) conducir al conocimiento y más a aquél que se llama hermético, o misterioso. La fachada del colegio jesuita de Tepotzotlán, máxima expresión del churrigueresco,  no es la excepción y aunque es uno de los puntos más visitados, no mucha gente conoce las leyendas que sobre ella se ciernen, como que en ciertas noches se escuchaban ulular los tecolotes que llegaban a hacer sus nidos en las esquinas recónditas o que en la madrugada se miraba a cierto monje de habito jesuita (quizá Clavijero) mirar con nostalgia los hermosos grabados y que era el espanto de los borrachos trasnochadores (entre quienes, por supuesto, nos contábamos Noriega y yo).

Pero la leyenda de los siete templos va sobre otro tono, y es que supuestamente se encuentran grabados en la fachada siete reproducciones miniaturas del templo de San Francisco Javier diseminados en el lienzo pétreo: relativamente es fácil hallar cinco; las últimas dos cuesta más trabajo adivinarlas. Es un juego que requiere tiempo y esfuerzo y la recompensa para el paciente observador que escudriña  las siete fachadas es que tendrá fortuna todo un año, amén de que será además uno de los pocos poseedores del conocimiento de las siete fachadas. Se cuenta de un viejito vagabundo que se hizo rico tras de encontrar las siete fachadas. Yo, junto con mi amigo Nori, dispuse encontrarlas, no he hallado las siete, me he quedado en cinco, pero he experimentado el premio anticipadamente, pues nos hemos dado cuenta que la fachada de nuestro museo esconde más secretos de los que pensamos y que su belleza se comprende solamente si se le mira detalladamente y está uno dispuesto a gozar cada talla con el tiempo debido y no con la premura del turista.

Aquí la prueba de lo que decimos, sobre el nicho del santo principal, se encuentra otro santo y a su lado una pequeña reproducción del templo de Tepotzotlán y además, en la esquina inferior izquierda de la fotografía, un santo de barba sostiene en su mano otra de las miniaturas reproducciones del templo, dejamos las otras cinco para que las encuentren...
Así que, amigo, amiga de Tepotzotlán y el mundo que nos mira, saca un banquito portátil y date a la tarea de hallar los siete templos miniaturas que están escondidos en la fachada del templo y que al hallarlos te darán suerte en tu vida durante un año, pero que si no los hallas por lo menos te darás cuenta de porqué nuestro templo es uno de los más hermosos del mundo y es, además, un texto que cuenta historias pretéritas y presentes.